La Caida by Albert Camus

La Caida by Albert Camus

autor:Albert Camus [Camus, Albert]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2009-12-25T22:00:00+00:00


Librodot

La caída Albert Camus 24

muchos ofrecimientos. Por la misma razón olvidaba en seguida que los había rechazado. Sólo que quienes me habían hecho tales ofrecimientos eran gentes cuya vida no estaba llena y que, por la misma razón, recordaban mis desaires.

Y así es como, para tomar sólo un ejemplo, las mujeres, al fin de cuentas, me costaban caro. El tiempo que les dedicaba no podía dedicárselo a los hombres, que no siempre me perdonaban. ¿Cómo arreglárselas? No nos perdonan nuestra felicidad y nuestros éxitos, si no consentimos generosamente en compartirlos. Pero para ser feliz no hay que ocuparse demasiado de los otros. Luego, no hay salida posible. Feliz y juzgado o bien absuelto y miserable. En mi caso la injusticia era mayor: me veía condenado por felicidades pasadas. Había vivido mucho tiempo en la ilusión de un acuerdo general, siendo así que por todas partes los juicios, las flechas y las burlas caían sobre mí, que me hallaba distraído y sonriente. Desde el día en que me mantuve alerta, cobré lucidez, recibí todas las heridas al mismo tiempo y perdí mis fuerzas de golpe.

Entonces el universo entero se puso a reír alrededor de mí.

Y eso es lo que ningún hombre (salvo los que no viven, quiero decir, los sabios) puede soportar. La única posición cómoda es la maldad. La gente se apresura entonces a juzgar para no verse ella misma juzgada. ¿Qué quiere usted? La idea más natural del hombre, la que se le presenta espontánea e ingenuamente como del fondo de su naturaleza, es la idea de su inocencia.

Desde este punto de vista, todos somos como aquel pequeño francés que, en Buchenwald, se obstinaba en que el escribiente, que también era un prisionero y que registraba su llegada al campo, redactara una reclamación. ¿Una reclamación? El escribiente y sus ayudantes se echaron a reír. "Es inútil, viejo. Aquí no se hacen reclamaciones." Es que, mire usted, señor", decía el pequeño francés, "mi caso es excepcional. Soy inocente."

Todos somos casos excepcionales. ¡Todos queremos apelar a algo! Cada cual pretende ser inocente a toda costa, aunque para ello sea menester acusar al género humano y al cielo.

Complacerá usted mediocremente a un hombre si lo felicita por los esfuerzos gracias a los cuales llegó a ser inteligente o generoso. En cambio, se hinchará de satisfacción si admira usted su generosidad natural. Inversamente, si le dice usted a un criminal que su falta no se debe a su naturaleza o a su carácter, sino a circunstancias desgraciadas, le quedará violentamente reconocido. Y durante la defensa, el criminal en cuestión hasta elegirá ese momento para ponerse a llorar. Sin embargo, no hay mérito alguno en ser honrado o inteligente de nacimiento, así como seguramente uno no es tampoco más responsable de ser criminal por naturaleza que criminal por las circunstancias. Pero esos bribones quieren la gracia, es decir, la irresponsabilidad, y entonces alegan, sin vergüenza alguna, justificaciones de la naturaleza o las excusas de las circunstancias, aunque sean, contradictorias. Lo esencial es ser inocente,



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